Fisiología en el enfrentamiento armado: ¿Por qué actuamos así ante el riesgo?

Dando un repaso desde el principio de los tiempos, podemos decir que cuando el humano percibe una situación de peligro para su vida o para su integridad física, su organismo de modo automático experimenta una serie de cambios que ayudarán al sujeto objeto de la agresión, a soportar el ataque y hacerle frente, o bien le facilitarán la huída para ponerse a salvo. Esto viene ocurriendo con los seres humanos desde antes de ser tales humanos, ocurría aún siendo seres prehistóricos. De hecho, somos los seres vivos que mejor hemos podido aprovechar esos cambios fisiológicos para sobrevivir. Por ello hemos llegado a ser lo que somos hoy en día.

Llegados a este punto, es bueno reflexionar sobre la posición de nuestros órganos sensoriales dentro del “mapa” de nuestro cuerpo. El ser humano no tiene por casualidad los ojos en el frente de la cara, los oídos simétricamente establecidos a cada lado de la cabeza y la nariz justo entre esos órganos sensoriales mencionados, y a la vez encima de la boca. No es casualidad.

El humano ha evolucionado mucho desde que “bajó del árbol” y ha sobrevivido a sus enemigos (otros seres iguales y animales depredadores), y ha conseguido vivir de su caza gracias a que combate, y lo hace de modo frontal. No combate o hace frente a la agresión y a la amenaza de modo lateral, ni de espaldas. Ante la percepción del peligro, ya sea por el sentido de la vista, oído u olfato —cuyos órganos se encuentran simétrica y estratégicamente localizados en la cabeza— se gira y desde la posición de frente, combate o busca la huída. La huida no es más que otra forma de sobrevivir.

En situación de EUTRÉS alcanzaremos una óptima visión periférica

Una vez localizada esa amenaza es cuando realmente el organismo es consciente de que está en peligro, y es en ese momento cuando el cuerpo experimenta, de modo automático, una serie de cambios que aportarán aquellas capacidades de lucha o de huída. Eso pasaba cuando un humano era atacado por un depredador hace tres mil años o ahora cuando un agente de policía focaliza una agresión y a su agresor. Lo manifestado anteriormente es parte de lo que hoy en día se estudia como estrés de combate. Aquí se estudian dos factores: el Factor Psicológico y el Factor Fisiológico.

El factor psicológico es el que domina el miedo, el deseo de vivir y la preparación del sujeto objeto de la agresión. Cuando el sujeto que recibe la agresión física violenta se siente preparado para la lucha, mantiene cierto control de la situación y se siente más “normal” ante la agresión o situación hostil. Cuando el agredido no se siente preparado, bien por la falta de formación o bien por no esperar la agresión y venirle ésta por total sorpresa, el sujeto pasa por las fases de estrés positivo o negativo. Si lo hace primero por el EUTRÉS (estrés positivo) será un buen momento para iniciar la defensa, pero si entra en DISTRÉS (estrés negativo) ya será casi imposible hacer una defensa eficaz, por perderse todo el control del cuerpo y de sus reacciones. El distrés propicia la huida del combate o el abandono de sí mismo ante la agresión.

El factor fisiológico no es dominado por el sujeto. Cuando entra en “juego” la fisiología se producen reacciones automáticas en el cuerpo humano, así pues el cuerpo ante la necesidad de preparar a sus órganos para sobreponerse a heridas, segrega hormonas como el Cortisol, Adrenalina y Noradrenalina. Estas dos últimas, también denominadas respectivamente Epinefrina y Norepinefrina.

Ante un ataque grave, es posible que el agredido olvide parte de lo ocurrido

En todo esto actúan, de forma fundamental, el Sistema Nervioso Simpático y el Sistema Nervioso Parasimpático. El primero es el que desde el punto vista fisiológico nos prepara para el ataque o la defensa inesperada, es el que estimula las glándulas suprarrenales, dilata las pupilas, aumenta el ritmo cardiaco, otorga fuerza y disminuye las contracciones estomacales: paraliza la digestión. Sobre el Sistema Nervioso Parasimpático podríamos decir, de una forma muy liviana, que es el que, cuando actúa, devuelve a la “calma” al organismo, o sea a la situación de reposo o tranquilidad.

Los fenómenos fisiológicos del cuerpo en situación de estrés de combate se pueden resumir del siguiente modo: ante la agresión detectada por el sujeto y previendo la posibilidad de resultar muerto o herido grave, el Sistema Nervioso Simpático se activa y provoca en el organismo los cambios antes referidos. Cuando el S.N. Simpático actúa, el hipotálamo y la hipófisis darán al hígado la orden de liberar Cortisol, y éste se distribuirá rápidamente por todo el organismo. El cortisol también es denominado hidrocortisona y es una hormona esteroidea o glucocorticoide. La función de este esteroide es la de aumentar la presión arterial y llenar el torrente sanguíneo de glucosa (la glucosa aporta capacidad de resistencia, es energía). El hipotálamo es una glándula endocrina que forma parte del diencéfalo y se sitúa por debajo del tálamo. En la fosa central del cráneo conecta con la hipófisis, que es otra glándula compleja que se aloja en un espacio óseo llamado silla turca del hueso esfenoides, situada en la base del cráneo.

En una situación de peligro, nuestras pulsaciones se disparan

Las Glándulas Suprarrenales, situadas en la región superior de los riñones, también segregarán adrenalina y noradrenalina. Estas dos hormonas son adrenérgicas y actúan aumentando la presión arterial por vasoconstricción. Cuando actúan, esto es lo que muy sucintamente ocurre: aumentan el ritmo cardíaco, dilatan las pupilas, y redistribuyen la sangre a los grupos musculares grandes.

Con la dilatación de las pupilas, la perfecta máquina humana pretende aumentar la información que reciba el cerebro a través de sus ventanas: los ojos. Los ojos son un balcón, pero el que realmente puede ver es el cerebro. Será el nervio óptico quien trasmita la información al cerebro y éste, de forma milagrosa, las convertirá en imágenes. Esas imágenes serán, en el caso que estamos tratando, las que aporten datos sobre lo que está pasando. Con la redistribución de la sangre a los grandes grupos musculares, lo que se trata de conseguir es dotar a los músculos de más capacidad de movimiento, fuerza y resistencia. Esto puede tardar cuatro segundos, pero una vez que la adrenalina llega al corazón, las reacciones tardarán un segundo en producirse.

El estrés de combate provoca vasoconstricción y permite que a los órganos que no vamos a emplear directamente en el combate, les llegue menos oxígeno y menos sangre. Por ejemplo: el sistema urinario o vegetativo dejan de funcionar (son órganos que nuestro cuerpo no precisará usar durante el combate). Esta paralización podrá durar días, y se puede decir que hasta la necesidad de comer queda neutralizada temporalmente. ¡Doy fe! Sin embargo, en los órganos del cuerpo que sí vamos a utilizar para nuestra defensa o huída del agresor, se produce vasodilatación, como por ejemplo en los músculos de las piernas y brazos, los cuales serán usados para la defensa “a golpes”, manejo de armas, aferrarse a un objeto o correr. Es lo que entre los deportistas se llama: “bombear sangre a los músculos para congestionarlos”.

El pánico nos hace querer desconectar y huir de la realidad. Es nuestra reacción fisiológica ante el miedo

El primer cambio que se puede percibir en nuestro organismo es el aumento de las pulsaciones cardíacas. Cuando el cuerpo alcanza entre 115 y 145 pulsaciones por minuto (desde ahora ppm), se puede decir que el cuerpo está en óptimas condiciones de combatir; se produce lo que se denomina EUTRÉS. Deportivamente se considera un calentamiento previo a la actividad física. En ese punto se obtiene el máximo nivel de habilidad motora, si bien la habilidad digital se comienza a perder. Se alcanza una óptima visión periférica y una buena capacidad cognitiva.

En todo esto, el control de la capacidad cognitiva es fundamental. Debemos entender por cognitividad la capacidad del control de lo conocido, de lo aprendido y de lo memorizado; así como la capacidad de reconocer, comprender y organizar lo anterior. Si no somos capaces de organizar la información que estamos recibiendo durante el combate, y la que traíamos aprendida de casa… no podremos responder adecuadamente a la agresión. En definitiva, es preciso ser coherente entre lo que vemos, lo que sabemos y lo que hacemos.

Alcanzadas las 145-175 ppm se pierde la habilidad motora compleja, se deteriora el proceso cognitivo y se deteriora la capacidad auditiva. Esto último se viene denominando“oído túnel”. El oído se “cierra” y disminuye la capacidad auditiva. Esto quedó demostrado en un 84% de los casos estudiados, en un importante trabajo científico con agentes que vivieron situaciones límite en enfrenamientos armados en EEUU (después se podrá acceder a las palabras de uno de los doctores que llevó ese trabajo a término). Así pues, el agente que dispara o es disparado, no oye a veces los disparos que recibe, e incluso los suyos propios. Esos disparos los oiría del mismo modo que en los entrenamientos llevados acabo con protección auditiva, o sea muy atenuados. Ergo, es mucho más real entrenar con protección auditiva que sin ella. Los músculos faciales activan el tensor del tímpano y éste se cierra, eso es lo que provoca el llamado túnel de oído.

Cuando las ppm suben a 175 ppm o más, se entra en situación de pánico y es cuando se obtiene el máximo nivel de habilidad motora gruesa, por ello se podrá correr para huir o para combatir. En este punto se puede obtener resistencia hasta el final del enfrentamiento, aún estando en situación de herido de cierta gravedad. Un agente no entrenado de modo suficiente para situaciones reales, y no mentalizado de que puede perder la vida cuando menos lo espere, o no mentalizado de que puede tener que disparar a otra persona para salvar su vida, cuando llega a la situación de pánico es más que probable que se bloquee mental y físicamente.

Enfrentarse al ataque o huir para ponerse a salvo dependerá de nuestra reacción fisiológica

Alcanzadas las 175 ppm o más, se pierde la visión periférica y sólo queda, de modo óptimo, visión en profundidad. A ese efecto se le llama visión o“efecto túnel”. El ojo pierde riego sanguíneo y se queda fijo en la cuenca ocular. Los ojos no se moverán y el cuello no girará (se queda rígido). Todo esto obliga al cuerpo a girar hacia la agresión, dirigiéndose a ella de modo frontal. Se hace imposible ajustar el cristalino y no se pueden tomar los elementos de puntería de modo óptimo. Un 70% de agentes que vivieron situaciones límite en enfrentamientos y que fueron científicamente estudiados, confirman que su visión se vio seriamente alterada.

En situación de pánico (cuando se superan las 175ppm) el ser humano llega a querer “desconectar” de la situación. Mediante otra hormona, la Acetilcolina, se podría alcanzar el desmayo, pues baja la presión arterial y se ralentizan los movimientos y disminuye el tono muscular. Es una forma natural de no sentir lo que nos puede venir encima, o incluso lo que ya tenemos sobre nosotros. Esto es relativamente fácil de ver en documentales de animales mamíferos: la gacela que es perseguida por un voraz predador y durante la persecución varias veces parece que todo está a punto de acabar. Finalmente, incluso sin que el felino de turno toque a su presa/víctima con las garras, la gacela se desploma por desmayo justo cuando sabe que va a ser atrapada y devorada. Se produce un desmayo inconsciente para evitar sentir la peor de las muertes. La gacela mantuvo al máximo su nivel de capacidad y habilidad motora gruesa, por ello pudo correr a una velocidad de vértigo durante mucho tiempo, algo que jamás hubiera podido hacer de no tener tras de sí al “enemigo”.

Cuando las pulsaciones por minuto se aproximan a las 200, o las superan, se podrán tener lagunas de memoria, entendiendo que dichos picos de ppm son alcanzados en el fragor de un incidente serio y real contra la vida o la integridad física, y no durante la actividad físico-deportiva. Así pues, tras un incidente serio contra la vida humana, es frecuente que una persona sólo pueda recordar, en las 24 horas siguientes, aproximadamente el 30% de lo que ocurrió, subiendo al 50% en las siguientes 48 horas, y al 75-95% en las siguientes 72-100 horas. A esto se le viene denominando “Amnesia por Estrés Crítico”.

La habilidad Motora Gruesa otorga al combatiente la fuerza y resistencia necesarias para resistir o huir del combate. / Sgt. Daniel Stinson (Illinois National Guard)

Se ha comprobado que quienes superaron en una situación límite y crítica las 200 ppm, fueron “víctimas” de lo que se denomina Hipervigilancia. Lo anterior puede suponer que la persona en tal situación realice sistemáticamente, y sin necesidad, acciones repetitivas que no le llevan a nada positivo. Incluso puede que abandone la situación de protegido, tras barricada, y se someta inconscientemente al “fuego” o ataque enemigo. En fin, se actúa de modo irracional. Para mejor comprensión de lo anteriormente expuesto, se detallan cuáles son los 3 tipos de habilidades motoras y sus características.

Habilidades motoras

La habilidad Motora Fina, también llamada Destreza Digital, es la que nos permite manipular extracciones de cargador, aperturas de fundas, municionar cargadores, quitar seguros o accionar la palanca de retenida del arma. Estas habilidades se pierden por encima de las 115 ppm y son las primeras que pierde el sujeto cuando entra en situación de combate. Cuando se pierde el control digital, se llega a no poder efectuarse correctos cambios de cargadores, y quitar el seguro del arma puede convertirse en una ardua y torpe tarea; cuando sin embargo, en los entrenamientos en la galería de tiro, esas manipulaciones se realizaban perfectamente.

La habilidad Motora Compleja es la habilidad que se pierde al alcanzar las 145 ppm. Es la habilidad que permite efectuar varias tareas a la vez, por ejemplo, sacar el arma a la vez que se pide apoyo por radio o se dan órdenes conminatorias al agresor, o se trata de comunicar con el agente de apoyo que se encuentra en la misma escena del encuentro. Una vez que alcanzamos las 145 ppm dejaremos de poder hacer esas tareas que en situación normal, de entrenamiento, sí podíamos llevar a cabo sin complejidad alguna. Ya se ha deteriorado la capacidad cognitiva.

El instructor debe siempre exponer situaciones de combate reales y conocidas

La habilidad Motora Gruesa es la última que pierde el agente objeto de la agresión mortal. Esta habilidad involucra a varios órganos y masas orgánicas a la vez. El corazón bombea sangre a las piernas y brazos, que son los órganos que tradicionalmente, y desde el principio de los tiempos, hemos usado para trepar, correr o lanzar armas al depredador o al enemigo. La habilidad Motora Gruesa otorga al combatiente fuerza y resistencia, bien para facilitar la huida del combate o la capacidad de resistirlo.

Por todo lo expuesto, es de rigor profesional organizar ejercicios de tiro de adiestramiento defensivo y reactivo que no sean complejos, sino que sean de fácil asimilación para el agente alumno. Llegado el momento del combate, el cuerpo y la mente actuarán del modo más natural, de manera que en ese momento el cerebro puede ordenar al cuerpo, o resto de órganos intervinientes, ser más rápido y eficaz. Así pues, muchas son las veces en las que agentes de policía, ante un enfrentamiento serio y real contra su vida, actúan de modo distinto a como fueron entrenados.

Ernesto Pérez Vela – Armas.es